SINTAXIS
Un hombre mirando fijamente sus ecuaciones dijo que el universo tuvo un comienzo.
Hubo una explosión, dijo.
Un estallido de estallidos, y el universo nació.
Y se expande, dijo.
Había incluso calculado la duración de su vida: diez mil millones de revoluciones de la Tierra alrededor del Sol.
El mundo entero aclamó;
hallaron que sus cálculos eran ciencia.
Ninguno pensó que al proponer que el universo comenzó,
el hombre había meramente reflejado la sintaxis de su lengua madre;
una sintaxis que exige comienzos, como el nacimiento, y desarrollos, como la maduración,
y finales, como la muerte, en tanto declaraciones de hechos.
El universo comenzó,
y está envejeciendo, el hombre nos aseguró,
y morirá, como mueren todas las cosas,
como él mismo murió luego de confirmar matemáticamente
la sintaxis de su lengua madre.
LA OTRA SINTAXIS
¿El universo, realmente comenzó?
¿Es verdadera la teoría del Gran Estallido?
Éstas no son preguntas, aunque suenen como si lo fueran.
¿Es la sintaxis que requiere comienzos, desarrollos y finales en tanto declaraciones de hechos, la única sintaxis que existe?
Ésa es la verdadera pregunta.
Hay otras sintaxis.
Hay una, por ejemplo, que exige que variedades de intensidad sean tomadas como hechos.
En esa sintaxis, nada comienza y nada termina;
por lo tanto, el nacimiento no es un suceso claro y definido,
sino un tipo específico de intensidad,
y asimismo la maduración, y asimismo la muerte.
Un hombre de esa sintaxis, mirando sus ecuaciones, halla
que ha calculado suficientes variedades de intensidad para decir con autoridad
que el universo nunca comenzó y nunca terminará,
pero que ha atravesado, atraviesa, y atravesará
infinitas fluctuaciones de intensidad.
Ese hombre bien podría concluir que el universo mismo
es la carroza de la intensidad
y que uno puede abordarla
para viajar a través de cambios sin fin.
Concluirá todo ello y mucho más,
acaso sin nunca darse cuenta
de que está meramente confirmando
la sintaxis de su lengua madre.
(Carlos Castaneda, "El lado activo del infinito"
jueves, 29 de mayo de 2008
martes, 27 de mayo de 2008
La pregunta por el conocer
Cuando tenía veinte años y estudiaba filosofía en Buenos Aires se me hizo claro que mi vida la dedicaría a desentrañar lo humano de lo humano allí mismo donde se define: en nuestra capacidad de conocer. Con ello no hacía más que reafirmar una inclinación que me había impulsado desde la niñez, desde cuando fui construyendo un pensamiento personal. Mi trabajo de licenciatura versó sobre lo que el filósofo de Lovaina Joseph Maréchal llamó “Le point de départ de la métaphysique” (1942) pero poco a poco me di cuenta de que la pregunta no estaba en las descripciones que hacemos sino que en nosotros mismos, en nuestra corporalidad de cognoscentes.
Dos disciplinas de trabajo espiritual en la corporalidad me ayudaron a definir este cambio de perspectiva: el Ha-Tha Yoga que practico diariamente desde 1957 y la carrera aeróbica de distancias largas que me acompaña con su ritmo diario desde 1960.
El encuentro con los trabajos del antropólogo cultural Carlos Castaneda en sus libros sobre “Las enseñanzas de don Juan” me llevó a una narrativa absolutamente diferente. Vino luego mi descubrir con admiración las investigaciones de Humberto Maturana en biología del conocimiento, las que completaron mi vocabulario y me ayudaron a reformular la pregunta que me hice como joven principiante en filosofía.
Ya no me pregunto acerca de qué decimos cuando decimos que algo es o no es, y cómo es lo que es, sino que me interrogo sobre lo que pasa en nosotros como seres conocedores cuando decimos que algo es o no es y lo describimos como siendo.
He llegado al convencimiento de que el origen de nuestro conocimiento es emocional: nuestra emoción configura múltiples universos que constituyen para nosotros una opción que aceptamos porque sí, porque nos gusta, porque en ella podemos elaborar descripciones (o sea, “realidades”) que nos parecen “verdaderas”, esto es, que tienen fuerza explicativa con respecto de un determinado horizonte de eventos que nosotros mismos distinguimos con narrativas y confirmamos con liturgias que se establecen en la relación entre cuerpo y espíritu.
Así, por ejemplo, si yo opto por aceptar la existencia de Dios (como lo hago), no es éste un acto de mi razón (que se refiere solo a las palabras), sino que de mi voluntad, de mi emoción, que se relaciona con mi sentir, mi soñar y mi ver. A esa emoción llamo “fe”, y sobre ella examino, critico y rehago las descripciones que en ella se producen. Si voy más allá, y acepto el hecho de la resurrección de Jesús (como también lo hago), es éste un nuevo acto de fe, de mi emoción, que me coloca en una línea de narrativas y liturgias que apuntan a la construcción del “Cristo” interior, a la vez modelo y garantía de vida que – nuevamente – yo acepto y afirmo por un acto de voluntad que genera descripciones que me resultan “verdaderas”, otorgadoras de sentidos a mi vida toda.
Dos disciplinas de trabajo espiritual en la corporalidad me ayudaron a definir este cambio de perspectiva: el Ha-Tha Yoga que practico diariamente desde 1957 y la carrera aeróbica de distancias largas que me acompaña con su ritmo diario desde 1960.
El encuentro con los trabajos del antropólogo cultural Carlos Castaneda en sus libros sobre “Las enseñanzas de don Juan” me llevó a una narrativa absolutamente diferente. Vino luego mi descubrir con admiración las investigaciones de Humberto Maturana en biología del conocimiento, las que completaron mi vocabulario y me ayudaron a reformular la pregunta que me hice como joven principiante en filosofía.
Ya no me pregunto acerca de qué decimos cuando decimos que algo es o no es, y cómo es lo que es, sino que me interrogo sobre lo que pasa en nosotros como seres conocedores cuando decimos que algo es o no es y lo describimos como siendo.
He llegado al convencimiento de que el origen de nuestro conocimiento es emocional: nuestra emoción configura múltiples universos que constituyen para nosotros una opción que aceptamos porque sí, porque nos gusta, porque en ella podemos elaborar descripciones (o sea, “realidades”) que nos parecen “verdaderas”, esto es, que tienen fuerza explicativa con respecto de un determinado horizonte de eventos que nosotros mismos distinguimos con narrativas y confirmamos con liturgias que se establecen en la relación entre cuerpo y espíritu.
Así, por ejemplo, si yo opto por aceptar la existencia de Dios (como lo hago), no es éste un acto de mi razón (que se refiere solo a las palabras), sino que de mi voluntad, de mi emoción, que se relaciona con mi sentir, mi soñar y mi ver. A esa emoción llamo “fe”, y sobre ella examino, critico y rehago las descripciones que en ella se producen. Si voy más allá, y acepto el hecho de la resurrección de Jesús (como también lo hago), es éste un nuevo acto de fe, de mi emoción, que me coloca en una línea de narrativas y liturgias que apuntan a la construcción del “Cristo” interior, a la vez modelo y garantía de vida que – nuevamente – yo acepto y afirmo por un acto de voluntad que genera descripciones que me resultan “verdaderas”, otorgadoras de sentidos a mi vida toda.
martes, 20 de mayo de 2008
Instituto Matríztico
Les recomiendo visitar el Instituto Matriztico que dirige el biólogo Humberto Maturana. Humberto ha marcado un hito en biología del conocimiento, destacando el valor de las emociones, del amor, en todo nuestro conocer y hacer. Una nueva perspectiva para las relaciones sociales, la vida, las enfermedades, el conocimiento que llevamos adelante día a día. He colocado éste como un enlace permanente en el sector izquierdo.
jueves, 15 de mayo de 2008
Oración
Escribo esto luego de una breve conversación por messenger con nuestra amiga Marlu. A propósito de lo que hablábamos le mencioné la oración. Y me pregunto ¿porqué nunca la he mencionado aquí? Orar y el poder de la oración se desprende naturalmente de todo lo que digo en mis blogs: silencio, dos mundos, Mundo Nuevo, dimensiones que van más allá de lo que miramos, que apuntan al ver. Si todo eso vale (y creo que sí), nos encontramos unidos en una trama universal: "campo cero", "campo akásico", "orden implícito", "orden plegado"... poco importan las etiquetas. Si tomamos conciencia de esa pertenencia, podemos influir unos en otros, en los acontecimientos, en lo que sucede. Y vienen los resultados. No lo duden: oremos.
domingo, 11 de mayo de 2008
Mundo Nuevo
El Mundo Nuevo no está más allá, ni se constituye en un futuro que todavía no construimos: esá en el umbral del aquí y del ahora, en este futuro que vivimos transformando en presente, en este presente que vivimos, en una dimensión que a veces se nos escapa pero que está aquí, tan a la mano que cuando la vemos nos sorprende. Sepamos ver, más allá de mirar.
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