En el medio de tu jardín interior hay un árbol: es el árbol de la vida. Hunde sus raíces más allá de tu ser más profundo, mas allá de lo que te sucede en la superficie, más allá de lo que tú manejas, más allá de lo que ve tu conciencia habitual, más allá de tu yo. Extiende su tronco y sus ramas a través de todo tu ser, desbordándolo; abarcando el universo entero. Por sus ramas corre tu vida que es la vida de todos, que es una forma de la gran vida que todo lo anima. Identificándote con el árbol de la vida eres raíz firme y tronco erguido, eres follaje sombrío y fresco, eres música al viento, eres receptáculo de rocío y de lluvia, eres brillo al sol y eres fruto, eres cobija de aves: es la vida que dejas pasar por ti, sin obstáculos, libremente. Eres libertad.
Puedes dejar de ver el árbol de la vida que está en el medio de tu jardín. Le das la espalda y te miras a ti; crees que la vida no está en el árbol sino que en ti; que los frutos son tuyos; que eres tú quien los produce. Entonces, en ese momento, el árbol de la vida se transforma en el árbol del conocer el bien y el mal. Juzgas, determinas, edificas, haces cosas; te mueves y te agitas; miras para todos lados buscando acrecentar tu vida, realizarte, perfeccionarte, hacer tu obra. Pero ya no es el árbol de la vida; ya no es la vida la que corre por las raíces, por el tronco y por las ramas, hasta las hojas y los frutos: es el principio de la muerte, la división, la dicotomía, la dualidad. La distinción, la separación, el egocentrismo: yo y los demás; mis cosas y las tuyas; mi vida y la de otros; yo y la vida, aparte. El bien y el mal; el ser y el no ser. La duda, el deseo, la insatisfacción, la infelicidad, la felicidad aparente y parcial, el sentir que uno va pasando, el sentido del tiempo, la enfermedad, la muerte siempre presente. Y te rebelas, sufres, buscas a ciegas, tanteas, luchas.
Pero – en definitiva – la vida se te va a raudales, y tú lo sabes. Porque el árbol del conocer el bien y el mal no es el árbol de la vida: es el árbol de la muerte.
Cuando te vuelves hacia ti, es el engaño, la ilusión, el pecado: hay muchos nombres para esa actitud. Cuando te enraízas en el árbol de la vida es la iluminación, la verdad, la libertad, corre por ti la savia del Todo. Entre ambas actitudes hay un camino que suele ser llamado conversión: darte vuelta desde la muerte hacia la vida, de tu yo hacia el Todo, búsqueda de la iluminación, entrega. El pivote, la piedra de toque, el punto crítico, es la muerte del yo. Cuando tratas de enraizarte en el árbol de la vida te das vuelta hacia él: adquieres otro punto de vista; y dejas que la vida fluya, transportas vida, limpias los canales por los que discurre el flujo de vida, el raudal de agua viva que salta hasta la vida eterna, la que supera el tiempo y el espacio, la temporalidad y la división, el deseo y la satisfacción e insatisfacción, el llanto y la angustia. Es la plenitud de la vida.
Este camino lo es de iniciados: de quienes han comenzado a caminar. La práctica ascética es el entrenamiento que nos ayuda a caminar momento a momento. Para estar siempre saliendo de nosotros mismos y enraizándonos en el árbol de la vida. Para aprender a dejar de actuar a partir de nosotros mismos; para que nuestra acción sea un dejar pasar la vida: desde las raíces hasta los frutos; para que sea la vida la que se exprese en nosotros, y no nuestra acción yoísta.
El árbol de la vida y el árbol del conocer el bien y el mal son el mismo árbol, pero los separa una opción. La opción por el árbol de la vida hace que dicha y quebranto sean dos materiales de un mismo canto; la opción por el árbol del conocer el bien y el mal los separa y hace que la dicha esté siempre amenazada por el quebranto.
miércoles, 26 de julio de 2006
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Sublime. Gonzalo encaja a la perfección con la postal reciente.
ResponderBorrarOtra que imprimo. Tiene un ritmo que ya quisiera tener yo en mis juegos de letras.
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Saludos.