miércoles, 28 de febrero de 2007
El camino hermético 1
Los Scripta Hermetica (Escritos Herméticos), o simplemente Hermetica, son un conjunto muy dispar de escritos producidos por autores desconocidos, en el ambiente propio de los templos egipcios durante el Imperio Romano. Esos templos eran reconocidos centros culturales y oráculos en los que circulaba mucha gente de todo tipo y de diversas nacionalidades: filósofos, maestros espirituales, comerciantes, políticos, todos ellos en una búsqueda de nuevas dimensiones espirituales y de respuestas a sus inquietudes. La lengua común era el griego; el helenismo fue la “globalización” de esa época. En torno a esos templos se agrupaban algunos maestros que daban lecciones y a veces los discípulos tomaban notas que luego el maestro revisaba; se fueron así generando escritos que circulaban dentro de grupos de jóvenes deseosos de aprender. Se trata de textos muy distintos: desde la magia a la astrología, la filosofía y la teología. Se los llama Hermetica porque sus autores se remiten al nombre de Hermes Trismegisto (Hermes tres veces Grande), un personaje real o imaginario que sintetiza y da autoridad a esas enseñanzas. Se genera, así, una tradición que ha llegado hasta nosotros como Hermetismo o Tradición Hermética, con muy dispares acentuaciones y grados de fidelidad. Lo común en esta tradición es la profesión de una espiritualidad personal, libre en su búsqueda, pero que se reconoce en esos textos antiguos. Es una tradición que se rodea de silencio o “hermetismo”, lo que es explicable dado que se trata de una experiencia personal, imposible de transmitir en palabras y que con frecuencia era marginal con respecto de una espiritualidad “oficial”. Andando los años, con el aumento del dogmatismo religioso, sus seguidores fueron frecuentemente acusados de “herejes” y hasta llevados a la hoguera.
Los textos agrupados en el Corpus Hermeticum (Cuerpo de escritos herméticos) pueden ser datados entre los siglos I y III d. C. Las recopilaciones de que disponemos constan por lo general de dieciocho tratados o libros (relativamente breves) y se las supone hechas a partir de un texto común recopilado por estudiosos y religiosos bizantinos, en Constantinopla, no antes del año 500 d. C. ni después del año 1050. Han llegado a nosotros en diversos manuscritos que se ubican entre los siglos XII y XIV. Por supuesto que dadas esas circunstancias de tiempo, son textos con múltiples diferencias y arreglos, a veces mal ordenados, pero con unidad de fondo.
Los tratados del Corpus Hermeticum reflejan una espiritualidad propia de la época en que fueron escritos, con influencia de distintas corrientes de la filosofía griega y que remiten a la espiritualidad vivida en diversos centros religiosos ubicados en Egipto. El tono espiritual es el de la gnosis, propia de esos años.
El Corpus Hermeticum constituye una revelación, una propuesta soteriológica, esto es, ordenada a la salvación, que a diferencia de lo que podría ser un descubrimiento, otorga a quien acoge la revelación que se le ofrece una cierta familiaridad con lo divino. El camino que propone lleva a la regeneración, a lograr que el hombre renazca por el Espíritu, más allá de las ataduras del cuerpo. En su conjunto, los distintos tratados del Corpus Hermeticum apuntan a una sólida espiritualidad gnóstica típicamente occidental. En torno a esta propuesta central, el Corpus agrega textos relacionados con la creación, el orden del universo, las fuerzas y debilidades del hombre, y otros muchos, con frecuencia dispares, que reflejan concepciones filosóficas propias de esa época; pero la intención central es siempre la de proponer un camino de iniciación en la gnosis por medio de la cual el hombre se libera de sus múltiples ataduras, entrando progresivamente en la vida de Dios.
Las dos mejores versiones críticas de los textos griegos de que disponemos son las de Scott y Ferguson y la de Nock y Festugière, que se citan en el texto que indico más abajo.
Bibliografía
Gonzalo Gutiérrez. Los orígenes de la filosofía hermética. Gnosis, regeneración y camino en el Corpus Hermeticum. Tunquelén, informe de investigación en curso.
lunes, 26 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 11 (final)
"Guerreros de la libertad total", enseña Don Juan que hemos de ser, y que esa libertad está más allá de la derrota de nuestra importancia personal. Toda su enseñanza se ordena a este punto culminante; el largo aprendizaje no tiene otro objetivo que la muerte del yo personal que ha privado al hombre de su poder; buscar esta libertad es la única fuerza que Don Juan conoce. Libertad y regocijo de la mano de tristeza y añoranza. Sin éstas uno no está completo, pues sin ellas no hay sobriedad ni gentileza. La sabiduría sin gentileza y el conocimiento sin sobriedad son inútiles.
En este punto toda la enseñanza de Don Juan adquiere unidad y sentido:
Nuestra fuerza está en conocer.
El conocimiento es mucho más de lo que solemos creer.
Hay mundos nuevos al alcance de la mano.
Nos introducimos en ellos mediante una percepción diferente, mediante el ver.
Para ver necesitamos acabar con la traba de nuestra importancia personal.
Acabamos con nuestra importancia personal si paramos el mundo mediante la detención del diálogo interno.
Detenemos nuestro diálogo interno mediante la técnica del no-hacer que es realizada por el cuerpo, no por la razón. El secreto no está en lo que hacemos, sino que en lo que no-hacemos: en hacer el no-hacer, estado de flujo más allá de las limitaciones racionales. Para ello debemos practicar el abandono, la frialdad y la audacia.
Los no-haceres del yo son: borrar la historia personal, perder la importancia, romper las rutinas que fijan las continuidades de nuestras descripciones.
Al acabar con nuestra importancia personal liberamos gran cantidad de energía que nuestro cuerpo recanaliza: Don Juan llama impecabilidad a esta recanalización de energía.
Mediante los no-haceres del yo nos ponemos a disposición del espíritu mediante el puro entendimiento que aparece cuando rompemos nuestras predisposiciones perceptuales.
Solo hasta aquí puedo llegar en este escrito: el resto es del lector. Mi intención es propedéutica: para mí, porque me ha hecho recapitular una y otra vez una experiencia de años. Talvez también para quien lo lea, en la medida en que incite a encontrarse personalmente con Don Juan.
Y el camino de cada cual será diferente.
sábado, 24 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 10
Castaneda dedica todo un volumen de su obra, El Conocimiento Silencioso, trabajo que cierra su segunda tetralogía, a narrar los que denomina "los centros abstractos", narraciones de diversas formas de relación entre el guerrero y el espíritu: las manifestaciones del espíritu, el toque del espíritu, los trucos del espíritu, el descenso del espíritu, los requisitos del intento, el manejo del intento. Dice que son mapas completos de series enteras de acontecimientos; que cuando el aprendiz comprende los centros abstractos es como si pusiera la piedra que cierra y sella una pirámide.
Porque la única manera de explicar el intento es experimentarlo en forma directa en la conexión viva que existe entre el intento y nosotros mismos. "Los brujos llaman intento a lo indescriptible, al espíritu, al abstracto, al nagual".
Don Juan emplea el término abstraer como la búsqueda de la libertad de la percepción; abstraer es ponerse a disposición del espíritu por medio del puro entendimiento
Hay quienes "obtienen paz, armonía, risa, conocimiento, directamente del espíritu". Otros necesitan intermediarios que les ayuden a romper su imagen de sí. Porque para llegar al intento se requiere impecabilidad: acción de recanalizar la energía que se libera al acabar con la importancia personal. La impecabilidad acumula esa energía. Sin importancia personal somos invulnerables, pero acabar con ella es una obra maestra de abandono, frialdad y audacia: no en vano la importancia personal es el origen de todos nuestros males. Abandono, frialdad y audacia son los requisitos del intento. La maestría del intento es el enigma del espíritu, y para lograrla el guerrero comienza por trabajar y limpiar su vínculo con el intento, tarea que - de nuevo - remite a acabar con la importancia y la historia personales, que producen la imagen de sí.
Cultivando el abandono, la frialdad y la audacia el guerrero "compra su boleto para ir a la impecabilidad": libera energía y la recanaliza.
En este trabajo el guerrero usa a su muerte como consejera. Pensar en nuestra muerte nos da claridad. Está siempre con nosotros: nunca se para; a veces apaga las luces, eso es todo. Solo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para no abandonarse a nada, para mantenerse impecable. No podemos darnos importancia si sabemos que la muerte nos está acechando. Hasta que derrotamos a la muerte, y ésta nos deja en paz; logramos un estado de conciencia total, modo alternativo de morir: es la libertad.
jueves, 22 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 9
La voluntad tiene que ver con hazañas asombrosas que desafían nuestro sentido común. Don Juan la describe como una relación entre nosotros y el mundo percibido, como una fuerza que liga a los hombres con el mundo que hemos elegido percibir: "percibir el mundo" involucra un proceso de aprehender lo que se presenta ante nosotros. Esta percepción particular se lleva a cabo con nuestros sentidos y nuestra voluntad.
La voluntad ocurre misteriosamente. En realidad, no hay manera de decir cómo la usa uno, excepto que los resultados de usar la voluntad son asombrosos. Lo primero que se debe hacer es saber que uno puede desarrollar su voluntad. Un guerrero lo sabe y se pone a esperar con paciencia; de hecho, un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia y con ellas construye todo lo que quiere.
La voluntad es una fuerza, un poder. Ver no es una fuerza, sino más bien una manera de atravesar cosas.
Cuando un guerrero ha adquirido paciencia, está en el camino de su voluntad. Sabe cómo esperar. Aprende sin apuro. Hasta que un día hace algo que por lo común es imposible de ejecutar; a lo mejor ni siquiera se da cuenta de ese acto extraordinario. Pero conforme lo extraordinario sigue sucediendo, se da cuenta de que algo está surgiendo. Es su voluntad.
Para que el ver, la voluntad y el conocimiento lleguen, es preciso olvidarse de sí: "Las señales se te escapan porque tu seriedad está ligara a lo que tú haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Te cansas mirándote a ti mismo y el cansancio te hace ciego y sordo a todo lo demás. Busca y ve las maravillas que te rodean”. La "guerra de los brujos" es contra el yo individual que ha privado al hombre de su poder. La razón es absorción en uno mismo. Hemos de romper el "espejo de la imagen de sí que desconecta al hombre del espíritu".
A la fuerza del espíritu Don Juan llama "intento".
martes, 20 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 8
Se puede ir más allá del poder: se puede llegar a ver, que es diferente de mirar. "Cuando tú miras las cosas no las ves. Solo las miras, yo creo que para cerciorarte de que algo está allí. Como no te preocupa ver, las cosas son bastante lo mismo cada vez que las miras. En cambio, cuando aprendes a ver, una cosa no es nunca la misma cada vez que la ves, y sin embargo es la misma... Tus ojos sólo han aprendido a mirar". Solo hay una manera de aprender a ver: viendo. Sin embargo, copiar procedimientos sin conocimiento interno no lleva a ver. Ver es percibir algo más, no como una cosa de la imaginación, sino como algo real y concreto.
Ver está más allá de las palabras; es un nuevo acto de percibir, que viene luego de haber parado el mundo a través del no-hacer, traspasando toda descripción.
El acto de ver ocurre solo cuando uno se cuela entre los mundos: el mundo de la gente corriente y el "mundo de los brujos". El que no alcanza a ver se queda atrapado en el mundo de la gente corriente o en el de los brujos pero para aprender a ver hay que aprender a mirar el mundo como los brujos y luego quedarse entremedio de esos dos mundos.
Así, ser vidente es adquirir una capacidad de ampliar el campo de percepción mediante el movimiento del punto de encaje hasta hacerse capaz de aquilatar no solo las apariencias externas sino que la esencia de todo. Ver es un sentido peculiar de saber, de saber sin la menor duda. Sin embargo, la obsesión por ver socava la fuerza necesaria para ser hombre de conocimiento: se penetra en los mundos que se ven y no se regresa jamás. Para ser hombre de conocimiento hay que dominar y sobrepasar el ver.
Mediante el acto controlado de ver se puede penetrar en lo desconocido y captar que lo conocido y lo desconocido tienen una misma base: ambos quedan al alcance de la percepción humana. Los videntes pueden transformar lo desconocido en conocido si saben callar: "Te confundes sólo cuando hablas".
Por eso la clave para ver está en oponer nuevas descripciones a las que definen las continuidades de nuestra realidad ordinaria: parar el mundo mediante el no-hacer de nuestras descripciones habituales, a través de otras descripciones que definen otras continuidades y realidades. Y, en definitiva, colarse por entremedio de esas descripciones. Esto, como un proceso continuo: si nos quedamos en un mundo, en una continuidad de descripciones, dejamos de ver. Y cuando hemos logrado ver no hemos de aferrarnos a lo visto porque en ese mismo acto se generan nuevas continuidades de descripciones que amarran nuestra percepción. Ver nos pone en el borde del conocimiento pero hemos de ir más allá de ver si queremos conocer. El conocimiento es siempre una percepción silenciosa, que se encuentra más allá de cualquier lenguaje y de cualquier ver que a su vez genera nuevos lenguajes.
En ese continuo proceso de ver y conocer, el guerrero espera su voluntad.
domingo, 18 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 7
En su vida cotidiana, un guerrero elige un camino con corazón. Esa consistente preferencia por un camino con corazón es lo que diferencia a un guerrero de un hombre común. Un guerrero sabe que un camino tiene corazón cuando experimenta una gran paz al atravesar su largo. Las cosas que un guerrero elige para hacer sus resguardos son los elementos de un camino con corazón. Pero para ello el guerrero ha de parar su diálogo interno.
Un guerrero se da cuenta de que el mundo cambiará tan pronto como deje de hablarse a sí mismo. "El mundo es así-y-así o así-y-asá porque nos decimos a nosotros mismos que esa es su forma. Si dejamos de decirnos que el mundo es así-y-asá, el mundo deja de ser así-y-asá". Es ésta una sacudida monumental para la cual debe estar preparado comenzando despacio a deshacer el mundo. Ese es el "camino del conocimiento", camino personal, elegido "porque tiene corazón", que el guerrero recorre en todo su largo. Todos los caminos son iguales: no llevan a ninguna parte; pero unos caminos tienen corazón y otros no: allí está la diferencia.
En su camino hacia el conocimiento, el guerrero se topa con cuatro enemigos. Cuando comienza a caminar mediante la detención de su diálogo interno, en guerrero va progresando y maravillándose de lo que va empezando a ver. Sin embargo, ese mundo por el que se encuentra transitando se va haciendo un tanto difícil y extraño. Y llega el momento en que se transforma en pavoroso, y la reacción normal es salir arrancando. El guerrero se habrá topado con el primer enemigo del hombre de conocimiento: el miedo. Carlos nos dice que sucumbió una vez ante él, y que se demoró dos años en volver a tomar contacto con Don Juan. Si uno se retira ante el miedo, será para el resto de sus días una persona vencida. Jamás el conocimiento será suyo. Pero si uno se plantea a su propio miedo, si el guerrero se mantiene firme en su lugar, derrota a su miedo, y éste no dejará en paz.
Al derrotar a su miedo, quien recorre el camino del conocimiento habrá adquirido claridad. Sabe que sabe; o más bien, cree que sabe: y esta claridad se transformará en su segundo enemigo. Es la trampa del maestro: sabe y enseña. La claridad saca al guerrero de su camino; ya no podrá ser nunca un "hombre de conocimiento" sino que un "brujo de mala muerte", dice Don Juan. Ante el enemigo de la claridad, el guerrero debe también quedarse firme en su lugar: no dejarse envolver por ella. Si vence su claridad, ésta lo dejará tranquilo, y podrá el guerrero continuar su camino con corazón.
Al vencer a su claridad poco a poco irá sintiendo en sí una extraña fuerza. Don Juan la llama "el poder" y dice que es el tercer enemigo del hombre de conocimiento. Ya no hay temor; ya ha sido derrotada la claridad. Y se sabe que se es poseedor de fuerzas que otros no tienen; si estas fuerzas lo vencen a uno, comienza a ejercitarlas en los demás, manejándolos. Quien así lo haga, habrá sucumbido al poder, el tercer enemigo. Tendrá influencia sobre otros, pero no llegará jamás al conocimiento. Ante el poder también debemos quedarnos firmes en nuestro sitio, sin ser llevados a ejercerlo. Así podemos derrotarlo, y el conocimiento se irá abriendo ante nosotros.
Talvez habrán pasado muchos años en este camino. Ya no habrá temor; la claridad y el poder habrán quedado atrás. Pero queda un cuarto enemigo: el deseo de sentarse a descansar; decir "ya llegué". Don Juan llama "vejez" a este cuarto enemigo, y dice que nunca es vencido totalmente. Que siempre está con nosotros y que hemos de mantenernos alertas ante sus manifestaciones. Sentarnos a descansar, decir que ya llegamos, es un enemigo siempre presente en el camino del conocimiento. Un último enemigo ante el cual podemos sucumbir en cualquier momento. No hay descanso en el camino con corazón: el conocimiento es de quien se mantiene caminando.
Como resultado de este mantenernos en la ruta, talvez algún día veamos... aunque solo sea en los breves momentos en que vayamos derrotando a nuestra vejez.
viernes, 16 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 6
El guerrero
Para Don Juan el conocimiento es mucho más que un acto racional: es un acto humano cabal, que requiere una lucha constante por superar los marcos limitados de las verbalizaciones de la razón y llegar a percibir la totalidad de un mundo extraño y maravilloso a la vez. Por eso enseña que el "hombre de conocimiento" está "en guerra", es un "guerrero". Las características de esta actitud las propone del siguiente modo:
- Tener respeto. Un hombre de conocimiento enfrenta su mundo con miramiento deferente. No lo manipula antojadizamente sino que se plantea en medio de él con un sentimiento de pertenencia agradecida. Se trata de un sentimiento temperante que hace posible que el conocimiento sea una alternativa posible.
- Tener miedo. Un hombre de conocimiento enfrenta su mundo con temor, y evalúa cuidadosamente ese temor en el curso de sus propias acciones. El conocer sin respeto y sin temor es algo que se desboca. Al conquistar su propio miedo el hombre de conocimiento adquiere la sobriedad y el talante necesario para llegar hasta todo su conocer.
- Estar despierto. Tener conciencia de lo que se busca, "conciencia de intención", dice don Juan; y también tener "conciencia del flujo" que el conocimiento trae consigo, tener la certeza de que se es capaz de percibir en todo momento las más pequeñas variaciones de los procesos del conocer.
- Confiar en sí mismo: el camino elegido es el único camino posible para las acciones que se necesita poner. A partir de esta actitud puede uno reclamar el conocimiento para sí mismo, como una fuerza, un poder. Respeto y temor sin estar despierto y sin confiar en sí resultan empequeñecedores. Estar despierto y confiar en sí sin respeto y temor resultan vanos y pretenciosos.
Uno aprende a actuar como guerrero actuando, no hablando: el conocimiento es acción. Pero el guerrero espera. Espera su voluntad: algo que sucede misteriosamente y que solo puede ser esperado. La voluntad, en las enseñanzas de Don Juan, es mucho más que un desear o un querer: es una fuerza inexplicable que de pronto está: "algo que un hombre usa, por ejemplo, para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder" (RA 168). Sin embargo, el espíritu de un guerrero no está engranado para ganar o para perder: solo para la lucha, y cada lucha es su última batalla sobre la tierra. Por consiguiente, al guerrero le importa muy poco el resultado, y deja fluir su espíritu libre y claro. Y mientras libra su batalla, sabiendo que su voluntad es impecable, el guerrero ríe y ríe. Cada acto del guerrero es su última batalla sobre la tierra.
En esta lucha, el guerrero solo tiene su voluntad y su paciencia y con ellas construye todo lo que quiere. Lo primero que ha de adquirirse es la paciencia: con ella se está en el camino de la voluntad. Pero hay que cuidarse: la voluntad se nos escapa por un boquete que hemos de cerrar; se nos puede ir la vida. No debemos entregarnos, sino que cuidar el "ánimo del guerrero": estás en lo que estás porque has decidido estar allí, no porque otros te hayan puesto en ese lugar o porque deseen hacerte algo. No dependes de "esa estupidez que llamas 'mi vida'". Don Juan critica a Carlos diciéndole "eres como una hoja al viento: desde que naciste te están haciendo algo". Al contrario, te puedes espolear más allá de tus límites si estás con el ánimo correcto; un guerrero crea su propio ánimo. "Si sigues así de feliz vas a agotar el poco poder personal que te queda. Un guerrero jamás baja la guardia. Te estás entregando a ser tolerante y bueno. Morir de contento es muerte de imbécil".
En esas condiciones, el guerrero vive estratégicamente y "tapa sus puntos de desagüe". Un guerrero impecable nunca planea nada por adelantado, pero sus actos son decisivos. Da lo mejor de sí y después, sin remordimientos ni lamentos, se queda tranquilo y deja que el espíritu decida el resultado. Control y abandono definen el "ánimo del guerrero"; y en estas cosas no puedes hacer nada por otro: los actos de darse cuenta son personales.
Es el "camino del guerrero".
martes, 13 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 5
La experiencia de Carlos Castaneda con don Juan fue la de una inversión de papeles. El antropólogo que preparaba su tesis doctoral y que se proponía entrevistar informantes claves para su investigación sobre el uso de plantas alucinógenas entre las comunidades yaquis del desierto de Arizona hubo de convertirse - a pesar de sí - en discípulo de un "hombre de conocimiento". No eligió él esa situación: fue elegido. Más adelante, al revisar estos primeros encuentros, don Juan le aclara que el aprendiz es escogido para comprometerse a fondo en un proceso largo y arduo.
El aprendizaje de esta nueva forma de conocimiento que es la capacidad de "ver" es algo que nos llega. Los medios pueden ser muchos; el sabernos introducidos en este aprendizaje puede ser lento y progresivo. Pero llega el momento en que no podemos sino que aceptar lo que nos sucede: somos aprendices de lo inesperado, de lo asombroso, de lo que nos supera. Y no tenemos alternativa. Será entonces el momento de escuchar dentro de nosotros mismos esa voz silenciosa que nos guía; don Juan dice que no basta con razones expresadas, con verbalizaciones: el sentido de la enorme tarea que nos llega hemos de otorgarlo desde nuestro propio corazón, el que debemos aprender a conocer.
En este largo aprendizaje vamos por el camino difícil pero gozoso de la "realidad no ordinaria" en la que aprendemos a pesar de nosotros mismos; dejamos de ser los dueños de nuestras determinaciones: vamos siendo inducidos en un absolutamente diferente modo de vida al que hemos de adherir con "intención rígida".
Lo que adquirimos mediante el aprendizaje del "ver" es una nueva descripción del mundo y una nueva membresía que nos lleva a remodelar completamente nuestra conducta.
Reflexionando sobre el aprendizaje recibido, Carlos se da cuenta de que don Juan lo ha introducido en dos tipos de enseñanzas:
"Aprendizaje para el lado derecho", en estados de conciencia normal, ordenado a llegar a la convicción de que más allá de la racionalidad existe en los seres humanos otro tipo de conciencia, oculta, a la cual no es posible acceder dentro de los límites de las descripciones de la razón. A esta conciencia ordinaria don Juan llama también la "primera atención".
"Aprendizaje para el lado izquierdo", en estados de conciencia acrecentada, mediante el movimiento del punto de encaje de la percepción a una posición diferente de la habitual. En un comienzo don Juan emplea plantas alucinógenas para inducir estos estados y hacer ver a Carlos que la conciencia acrecentada es posible. Pero luego de las primeras experiencias deja de usarlas y va introduciendo a Carlos en el manejo de la "segunda atención" mediante el "arte de ensoñar".
Por supuesto que estas enseñanzas producen un desajuste cognoscitivo del que Carlos da cuenta. Pero no hay otra forma de seguir el camino de este aprendizaje; para recordar lo que se percibe y entiende en la conciencia acrecentada se requiere una vida entera porque eso forma parte del conocimiento silencioso. Al salir de los estados de conciencia acrecentada la razón no es capaz de recordar nada; pero el cuerpo va almacenando y los resultados de esos aprendizajes surgen desde allí, terminando por gobernar nuestras vidas.
El encuentro con este tipo de conocimiento es decisivo; es un encuentro con una fuerza nueva, un poder diferente que se instala en nosotros en forma de un nuevo conocer. Hacia esta forma de conocimiento vamos como se va a la guerra: bien despiertos, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de otra forma al conocimiento, enseña don Juan, es un error y quien así proceda corre el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo. Cuando se han cumplido estos cuatro requisitos no hay errores; nuestras acciones pierden la torpeza originada en la confianza sin temor, en el estar despiertos pero sin respeto. En esta situación, si fracasamos no será más que la pérdida de una pequeña batalla. Son temibles el aprendizaje y el conocimiento; pero más temible todavía es alguien que no conoce. Mientras un hombre siente que lo más importante del mundo es él mismo no puede darse cuenta del mundo que lo rodea; es como un caballo con anteojeras: solo se ve a sí mismo. Don Juan le propone a Carlos una forma alternativa de vivir: la del "guerrero"
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domingo, 11 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 4
Sobre las cenizas de un fogón, don Juan traza un diagrama para explicar a Carlos lo que llama “los ocho puntos del hombre”: la razón, que se relaciona con el habla; la voluntad, que se relaciona con el sentir, el soñar y el ver. Son seis puntos, y no ocho; a la pregunta de Carlos, don Juan contesta que los otros dos puntos están en los confines mismos de la percepción. Más tarde, luego de una serie de prácticas y experiencias destinadas a hablarle de la que llama “la explicación de los brujos”, don Juan declara que esos dos puntos que integran la totalidad del hombre son el tonal y el nagual, que están fuera de uno mismo y a la vez no lo están. Que ésa es la paradoja de los seres luminosos que somos. El tonal de cada uno de nosotros es solo un reflejo de ese indescriptible desconocido lleno de orden: el gran tonal; el nagual de cada uno de nosotros es solo un reflejo de ese indescriptible vacío que lo contiene todo: el gran nagual.
Un “hombre de conocimiento” es quien se encuentra permanentemente conectado, mediante la percepción, con esa fuerza universal que todo lo contiene, en la cual vivimos, nos movemos y existimos. Más allá de la nomenclatura y de las descripciones, no es otra la experiencia de todos los místicos. La de “estar conectados” y la de sentirse atravesados por una fuerza que va más allá de ellos, en la que todo lo pueden. Esa experiencia pasa necesariamente por una superación del propio yo, mediante el ejercicio de “parar el diálogo interno” o “detener el mundo” constituido por las descripciones de nuestro diálogo interior.
Lo que entonces aparece es un universo absolutamente diferente, indescriptible a la vez que real, con una realidad que va más allá de cualquier decir. Fuerte, enorme, abierto, que te transporta más allá de tus propios límites y en el que eres lanzado en una aventura también indecible: “volar en las alas de la percepción” la llama don Juan; y le dice a Carlos que necesitará toda la fuerza que pueda reunir para volar hacia esa infinitud. Es el salto al vacío, el acto final; pero las condiciones de la percepción se hacen presentes a través de toda su enseñanza.
La percepción es una experiencia indefinible; y si hubiera que representarla en un mapa físico, sería la frontera entre dos lugares: tonal y nagual; lo único que comparten es el puente de la percepción. La percepción no será nunca del todo pura, porque la percepción-frontera es un sitio sin tiempo; aquí es donde el nagual aporta algo indescriptible, y el tonal aporta la descripción de ese algo indescriptible.
La percepción es algo que está en nosotros, y que hemos de dejar que fluya y se expanda. Habiendo acabado con el diálogo interno que nos encierra en nosotros mismos, en nuestras descripciones, es posible "volar en las alas de la percepción" hacia la totalidad de nosotros mismos, la que experimentamos en situaciones límites, como los encuentros con el aliado, esa fuerza que nos lleva más allá de nosotros mismos. Hemos de dejarnos guiar por el "susurro del nagual", ese algo indescriptible que se nos aparece cuando hemos traspasado los límites dados por nuestras descripciones habituales. Es el momento del salto, aquél en que nos hacemos percepción pura, pura conciencia. Nos hacemos seres luminosos mediante el empleo de ese "segundo anillo de poder" que es nuestra voluntad. La razón es pequeña y limitada. Solo a través del punto al que Don Juan llama "voluntad" es posible ir hacia la libertad total, la libertad de la percepción y en la percepción.
El objetivo final de las enseñanzas que don Juan imparte es alcanzar un estado de conciencia total, de experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a nuestra disposición. Este estado implica una forma distinta de ser, de vivir y de morir.
El estar conciente de ser nos permite romper la barrera de la percepción. Esto marca el fin del entrenamiento de un guerrero: cuando llegamos a ser capaces de romper la barrera de la percepción sin ayudas (por ejemplo, de las plantas psicotrópicas que Don Juan utilizó a comienzos de sus enseñanzas a Carlos), partiendo de un estado normal de conciencia. El nagual lleva a los guerreros hasta ese umbral, pero el hacerlo o no depende de cada uno. Se trata de alinear otro mundo a través del "intento", esa fuerza que preside todo el universo y que se expresa en nuestra voluntad. El alinear otros mundos depende de las ubicaciones que vaya tomando el punto en que encaja nuestra percepción. Tales mundos nos separan del mundo corriente por las mismas barreras que hemos roto: las de la percepción. Se trata de mundos luminosos, con resonancias y consistencias diáfanas, absolutamente diferentes del mundo en que habitualmente vivimos, llenos de una realidad de otro orden, realidad en la que nos sentimos estar y vivir. Es nuestra conciencia de ser.
Podemos "ser dobles": estar alternativamente en un mundo u otro gracias a una percepción dividida. El manejo de esa división de la percepción es una meta que todo guerrero debe esforzarse por lograr. Es mejor la alternancia de mundos que su simultaneidad, la que es posible pero hace que las cosas sean confusas. Entre un mundo y otro nos movemos a través de puentes de un solo sentido, hacia la percepción acrecentada pasamos por el puente del "puro entendimiento".
Nuestra percepción corriente, de un mundo de objetos, se origina en una base social, aprendida desde que nacemos. Don Juan llama "mirar" a esa percepción. Más allá de ella está el "ver", conocimiento corporal que nos lleva a concebir el mundo como energía que puede ser percibida directamente. El "ver" genera poder, y no es espontáneo: es el resultado de un aprendizaje específico que hace que la vida ordinaria quede atrás para siempre; los medios de la vida ordinaria ya no sirven de sostén y debemos adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir: no hay fin para los nuevos mundos que se abren a nuestra visión. Allí nos damos cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestra vida en cualquier momento: perdemos nuestra historia e importancia personales, no las necesitamos más; ya no tenemos nada que perder.
Nuestra mayor falla como seres humanos es mantenernos adheridos al inventario de la razón. Solo más allá de ella es posible el conocimiento silencioso, que nos hace "ver". El aprendizaje que a él conduce es - básicamente - aprender a ahorrar energía y, gracias a esta energía ahorrada, entrar en campos que están vedados al conocimiento corriente, más allá de nuestras dudas.
viernes, 9 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 3
El conocimiento, en las enseñanzas de don Juan, no es una práctica espontánea. Llegar a ser hombre de conocimiento es asunto de aprendizaje mediante un esfuerzo decidido; es el fin de un proceso detallado en una práctica más que en enseñanzas verbales, prácticas que apuntan a configurar una realidad no ordinaria. Un “hombre de conocimiento” no piensa: actúa; comienza por romper las certezas definitivas del sentido común; y va al conocimiento como quien va a la guerra: con temor pero con decisión. Es por eso que para convertirse en un hombre de conocimiento hay que ser un guerrero; y el guerrero sabe que no existe otra manera de vivir.
En el camino del conocimiento se presentan enemigos. El primero es el temor. Entre la conciencia acrecentada y la conciencia ordinaria se produce un tremendo desajuste cognoscitivo porque nuestra mente es nuestra racionalidad y nuestra racionalidad es nuestra imagen de nosotros mismos; así, cualquier cosa que esté más allá de nuestra imagen de sí o bien nos atrae o nos horroriza, según el tipo de persona que seamos. Descubrir que podemos estar a la vez en dos lugares (razón y silencio) puede ser excitante, pero por lo general comienza por producir terror. Ante las nuevas percepciones que se abren y el desmoronarse de la certeza común, la primera reacción es huir corriendo. Si el discípulo del conocimiento sucumbe ante el temor, su primer enemigo, habrá perdido la batalla para siempre, y su vida no será jamás la de un hombre de conocimiento. Pero si resiste, y se queda firme en su sitio, habrá vencido al temor para siempre.
Vencido el temor, se presenta el segundo enemigo: la claridad. El hombre está tranquilo, porque ha vencido su miedo. Y se da cuenta de que empieza a saber lo que antes ignoraba. Una gran claridad lo llena y lo impele a enseñar, a contar lo que sabe. Es ése su segundo enemigo al que debe también resistir con el silencio. Si sucumbe, se transformará en un hablador, de esos que aparecen por todas partes tratando de enseñar lo que creen saber pero que ignoran. Ante este enemigo el hombre de conocimiento habrá de resistir quedándose firme en su sitio silencioso. Al vencer, se habrá hecho dueño de su claridad.
Y viene el tercer enemigo: el hombre ya no teme; ha vencido la vanidad de su claridad. Se le acerca el poder. Una enorme fuerza se apodera de él, y ve que tiene capacidad de influir sobre los demás, de ser dueño de sus situaciones de vida. Enorme tentación en la que suelen caer quienes tienden a modificar la vida de otros dejándose llevar por un afán de estar presentes, de ser reconocidos, de tener influencia. Nuevamente el guerrero habrá de oponer aquí su firmeza y quedarse en firme en su lugar. Si lo hace y vence al poder, el conocimiento será suyo.
Pero le queda un cuarto enemigo, ese al que no vencerá nunca en forma definitiva sino que habrá de oponérsele una y otra vez: la vejez, el cansancio, el deseo de sentarse y descansar, mirar su vida, dejar de caminar, decir “ya llegué”. Enemigo implacable, que pretende instalarnos en un refugio seguro y abandonar la virtud del caminante: la esperanza. Durante toda su vida el hombre de conocimiento habrá de estar atento a las asechanzas de las dos formas en que la vejez se manifiesta: la desesperanza de decir “no llegaré” y la presunción de decir “ya llegué”. La vida del hombre de conocimiento es un permanente “viaje a Ixtlán”.
El conocimiento que el hombre adquiere luego de vencer a sus cuatro enemigos, aunque solo sea por breves momentos, es un conocimiento silencioso, “energía pura”:
1. El universo es una infinita aglomeración de campos de energía que se expanden en todas direcciones.
2. Estos campos emanan de una fuente de inconcebibles proporciones.
3. Los seres humanos estamos compuestos de esos mismos campos de energía.
4. De todos los campos de energía que pasan por el ser humano, solo unos pocos están presentes en la conciencia ordinaria bajo formas sensoriales.
5. La percepción ocurre cuando los campos de energía de ese pequeño grupo extienden su luz en el punto de encaje de la percepción, o, simplemente, punto de encaje.
6. Es posible lograr que este punto de encaje cambie de posición e ilumine otros campos de energía, con lo que la percepción cambia hacia lo hasta ahora desconocido. A ese acto de percibir otros campos de energía, don Juan llama “ver”.
7. Esta nueva posición del punto de encaje permite la percepción de un mundo completamente diferente al mundo cotidiano, pero tan objetivo y real como el que percibimos normalmente.
8. El intento es la fuerza omnipresente que nos hace percibir. No nos hacemos concientes porque percibimos, sino que percibimos como resultado de la presión del intento.
9. El objetivo final es lograr un estado de conciencia total y experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a disposición del hombre. Este estado significa también una forma alternativa de morir.
El conocimiento a que se refiere don Juan nada tiene de racional: en múltiples ocasiones subraya la pobreza de la racionalidad ante la enormidad del conocimiento. La razón solo se relaciona con el habla, con lo que puede ser dicho. Más allá de estas descripciones que configuran las continuidades de nuestro diario vivir, se abre un campo vastísimo, inimaginable, al que accedemos solamente mediante el conocimiento silencioso que es algo que todos poseemos, pero sin poder expresarlo y sin incluirlo dentro de nuestro inventario corriente: el hombre, cuando comprende que sabe y quiere estar conciente de lo que sabe, lo pierde de vista; cuanto más se desea ese conocimiento, más efímero y silencioso se vuelve. Y, así, tendemos a renunciar al conocimiento silencioso y aferrarnos al de la razón.
Nos quedamos, así, con nuestros inventarios: con las descripciones que hemos venido aprendiendo desde que nacemos, encerrados en nuestra imagen de nosotros mismos, sin atrevernos a romperla. Romper esa imagen de sí es la primera tarea en la adquisición del conocimiento silencioso; acabar con la importancia personal; parar el mundo. Atrevernos a ser libres.
El conocimiento libera. Don Juan enseña que el camino del guerrero es hacia la libertad total, la que nos llega cuando no nos queda nada de importancia personal. Es una libertad que da regocijo de la mano de tristeza y de añoranza. Sin éstas uno no está completo, ya que sin ellas no hay sobriedad ni gentileza. La sabiduría sin gentileza y el conocimiento sin sobriedad son inútiles. Pero para ello hemos de romper las predisposiciones perceptuales de la racionalidad.
Estamos ante el conocimiento como tarea que nos implica totalmente. Ante el conocimiento como transformación personal. El campo que se nos abre es el de salir de nosotros mismos por medio de la aniquilación de nuestra importancia personal, de nuestra autorreferencia, de nuestra racionalidad de inventarios aprendidos, de descripciones que nos encierran en un mundo prefabricado.
Don Juan habla de “volar en las alas de la percepción”.
miércoles, 7 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 2
Puesto que la realidad es una descripción, el mundo de nuestro diario vivir está conformado por múltiples descripciones que se anudan en continuidades a las que don Juan llama también “inventarios”; dice que los hombres somos criaturas de inventario, y que conocer los detalles de determinados inventarios es lo que hace al ser humano un profesional, un conocedor de un campo específico. Hemos dicho que es éste un sistema de conocimiento del cual somos miembros con una porfiada pertinencia. Tal pertenencia limita nuestra percepción; si queremos ampliarla hemos de cambiar de referencias, ir a otro sistema de conocimiento. El primer paso en este cambio es detener ese mundo de nuestras descripciones de cada día.
Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho, mantenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno. Y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, le damos vida, lo sostenemos. No solo eso, sino que escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De ahí que repitamos nuestras acciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo nuestro mismo diálogo interno una y otra vez hasta el mismo momento de la muerte. Un guerrero es conciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.
Parar el mundo consiste en introducir un elemento disonante en las continuidades de descripciones con el fin de detener ese permanente fluir de acontecimientos comunes catalogados por nuestra racionalidad. Ese elemento disonante es lo que don Juan llama “no-hacer”. Hacer es cualquier cosa que forma parte de una realidad de la cual podemos dar cuenta racionalmente. No-hacer es un elemento que no forma parte de esa realidad conocida.
Las continuidades de nuestras descripciones nos dan la idea de que somos un bloque sólido, enseña don Juan. La certeza de que somos inmutables es la que sostiene nuestro mundo. Podemos aceptar la posibilidad de modificaciones de conducta, de reacciones o de opiniones. Pero no vamos más allá de este orden básico. Cuando tal orden queda interrumpido, nuestro mundo se detiene y se viene abajo nuestra racionalidad, con todo el orden que sustenta.
La debilidad de la razón para dar cuenta de toda nuestra posibilidad cognoscitiva se debe a que se relaciona solo con uno de los ocho puntos del hombre: con el habla. En cambio, la voluntad se relaciona con el sentir, el soñar, y el ver. Nos movemos entre la razón y el habla, y a eso llamamos entendimiento. Pero hay otros seis puntos más que el hombre puede manejar - y don Juan subraya que se trata de manejar, no de entender - nos movemos dentro de la racionalidad y los lenguajes y olvidamos los puntos relacionados con la voluntad que don Juan define como una fuerza, una sensación que sale del guerrero que tiene poder, con la cual puede “agarrar” cosas. Los ocho puntos componen la totalidad de uno mismo. Los dos primeros, la razón y el habla los conocemos todos. El sentir es algo vago, pero en cierto modo familiar. Más allá del umbral que separa el mundo corriente del mundo de los brujos percibe uno el soñar, el ver, y la voluntad. Y en el último borde de ese mundo se encuentra uno con los otros dos, que no alcanzamos siquiera a nombrar.
Cuando hemos conseguido parar el mundo se nos presenta el silencio interior, estado natural de la percepción humana, en el que los pensamientos se encuentran bloqueados y todas nuestras facultades operan a partir de un nivel de conciencia que no requiere la intervención de nuestro sistema cognitivo ordinario. Allí somos capaces de funcionar en niveles de percepción que revelan mundos en sí mismos, indescriptibles y por consiguientes inexplicables en términos de los esquemas lineales que emplea el estado habitual de la percepción al explicar el universo.
Este silencio interior ha de ganarse mediante una disciplina constante, una voluntad inflexible. Es la puerta de un conocimiento que debe ser acumulado en el cuerpo, almacenado parte por parte; resultado de un aprendizaje explícito y mediante la aplicación de una intención rígida manifestada en la frugalidad o aptitud física; en el juicio recto entendido como una evaluación de los hechos impuestos por el aprendizaje en función de la totalidad del mismo; y en la obediencia a los hechos del aprendizaje. Básicamente, este aprendizaje consiste en obligarse uno mismo al silencio, aunque sea por unos pocos segundos, hasta lograr un umbral que varía de persona a persona, pero que - una vez logrado - desencadena por sí solo el silencio interior. La única manera de conocer cuál es ese umbral es en la práctica; hasta que, de pronto, el mundo se detiene y se ve el fluir de la energía.
La sensación que tenemos en esta experiencia es la de dos mundos separados; uno, el habitual y acostumbrado, aquel en que nos refugiamos; otro, lejano, difícil, aterrador. Entre ambos, un umbral que se abre y se cierra, y que no nos atrevemos a franquear... hasta, que de pronto, damos un salto.
Aquí está el nudo gordiano de este asunto de parar el mundo: si aprendemos a hacerlo, si lo hacemos habitualmente, si logramos movernos entre el mundo de la razón y el mundo de la voluntad, entre el mundo ordinario y el mundo de los brujos, entre los diferentes mundos que seamos capaces de describir, y si aprendemos a hacerlo escurriéndonos entre esos mundos, tendremos la libertad al alcance de la mano. Nos habrá sido dada por un conocer diferente, fluido, capaz de volar, capaz de admirarse y de reír, enraizado en una trama que en absoluto se confunde con las descripciones habituales de nuestras aprendidas continuidades e inventarios.
Es un nuevo conocimiento
domingo, 4 de febrero de 2007
El camino del conocimiento 1
Gonzalo Gutiérrez. El camino del conocimiento. Notas sobre “Las Enseñanzas de Don Juan”, de Carlos Castaneda, como prolegómenos para una gnoseología futura. Tunquelén, 2001.
La realidad es una descripción
Don Juan enseña el hombre necesita ahora, más que nunca, aprender ideas nuevas, que se relacionen exclusivamente con su mundo interior, no ideas sociales; ideas relativas al hombre frente a lo desconocido, a la libertad de percibir no solo el mundo que se da por sentado: también todo lo que es humanamente posible. Sin embargo, el hombre le tiene terror a ese nuevo sistema de conocimiento: tiembla de miedo ante la posibilidad de ser libre.
La base de ese terror está en la ruptura de una membresía: aquélla que define nuestra pertenencia a un mundo, el nuestro. Esa membresía la vamos adquiriendo desde el momento en que nacemos a través de las múltiples descripciones que nos van entregando las personas que nos rodean y las que nosotros mismos nos vamos haciendo a través de las variadas convivencias en que crecemos y evolucionamos. Llega el momento en que de niños somos ya capaces de percibir un mundo específico, tal como nos lo han descrito, y lo hacemos por nosotros mismos: en ese momento somos ya miembros de este mundo y podemos interpretarlo de acuerdo con las descripciones adquiridas, que se validan a sí mismas, anudándose en continuidades que configuran nuestro yo. Los mundos a que pertenecemos son específicos y diferentes de una persona a otra. Pero, pese a esas diferencias, todos estos mundos tienen una nota común: definir una “realidad ordinaria”, aquélla dentro de la cual se desarrollan las conversaciones de nuestro diario vivir, nuestra experiencia cotidiana; adherimos al sistema de conocimiento implicado en esta realidad porque nos da la seguridad de lo conocido.
Entrar en otro sistema de conocimiento es adquirir otra membresía: otras descripciones en las que aparece un mundo diferente. El conocimiento no es cualquier cosa ni un mecanismo humano universal: es un sistema de descripciones y prácticas a las que se pertenece; y como resultado de ese sistema de descripciones aparece una realidad, y no otra. Si las descripciones cambian, la realidad cambia; entramos en otro sistema de descripciones y prácticas.
Pero, ¿existe un sistema de mayor valor que el otro? ¿Existe un sistema verdadero por oposición a otro falso o ficticio? Carecemos de referente externo a nuestro mismo proceso de conocer que nos permita responder a estas preguntas. Conocedor, conocido y conocimiento somos un solo proceso y no nos es posible salirnos de él para validarlo desde fuera. Pero si queremos ver, esto es, ir más allá de cualquier sistema de descripciones, hemos de aprender a mirar el mundo en alguna otra forma, y colarnos por entremedio de esas diversas formas de describir, no quedándonos con ninguna, parando el mundo.
La ruptura de las continuidades de descripciones que configuran nuestra realidad ordinaria, nuestra membresía dentro de ese sistema de conocimiento, puede ser lenta, a través de un largo proceso; pero, por lo general, llega un momento en que nos es violenta. Puede suceder de un modo no previsto o de manera intencional, provocada; y en ambos casos tiene las características de una profunda remoción de nuestra conciencia, que nos produce temor.
La enseñanza de que la realidad es una descripción es de la mayor importancia. Vivimos condicionados por los mundos que tejemos, sin darnos cuenta de que somos nosotros quienes manejamos el telar. Nos sometemos a modos de ser originados en una descripción que llamamos “carácter”; nos achacan descripciones a las que llamamos “enfermedades”, atribuyéndolas a agentes externos que la medicina se encarga de describir. Describimos dioses y sistemas de creencias a las que nos sometemos; nos llenamos de códigos éticos, de normas de convivencia, de cumplimientos sociales. Armamos formas de gobierno y nos hacemos ranas de reyes cuyo poder estriba en necesidades que nos autoimponemos. Ensamblamos nuestras descripciones con las de otros y establecemos sociedades y modos de vivir en los que nos sentimos al resguardo, más o menos seguros, con escasa conciencia de que son cárceles cuyos muros limitan nuestro conocer y - por consiguiente - nuestra vida a espacios extremadamente estrechos que - por lo general - definimos en términos de trabajo, profesión, realización personal, nacionalidad, familia, ideologías. “Modalidad de la época” llama don Juan a estos grandes conjuntos de descripciones que nos hacen y configuran nuestro día a día. Dice que esta modalidad de la época determina el conjunto de campos de energía que percibimos, los que absorben toda nuestra energía, “dejándonos sin nada que pueda ayudarnos a percibir otros campos de energía, otros mundos”.
Todo el afán de conocimiento válido, verdadero, científico, que ha sido la nota característica de ese desencantamiento del mundo al que hemos llamado “modernidad” se desvanece en una débil columna de humo ante la fuerza de un conocimiento diferente. Y los lenguajes mismos adquieren su verdadera dimensión: la de ser formas de acercarnos a un mundo que no logramos asir desde ellos sino que se nos muestra como un límite, un horizonte. ¡Cuántas guerras, muertes y sufrimientos habríamos podido evitar!
El reencantamiento del mundo y con él la recuperación de la más vasta dimensión de lo humano pasa por un nuevo sistema de conocimiento abierto a lo admirable, permeado por lo maravilloso, resacralizado. No es la tecnociencia la que nos dará la felicidad ni el aumentar lo que poseemos el medio para una vida plena. Solo lo hará un cambio de conciencia.
Esta nueva conciencia humana está aquí, a nuestro alcance. Está en nosotros. Para acceder a ella necesitamos cortar las ataduras de nuestras descripciones, detener ese mundo que hemos armado nosotros mismos, romper las amarras descriptivas que nos ligan a él. Redecirlo. Y, una vez redicho, volver a redecirlo una y otra vez: la nueva conciencia aparece solo traspasando continuamente el umbral de nuestras diferentes membresías.
¿Es posible esta independencia? Las enseñanzas de don Juan nos muestran un camino que comienza por convencernos de la naturaleza descriptiva de lo que llamamos “realidad”. Tal convencimiento no es racional: la razón no es nada sin descripciones, y las defenderá hasta el fin. Dejar atrás la dependencia de lo racional es la tarea que enfrenta Carlos en su aprendizaje con su maestro yaqui, y es la que nos propone su testimonio. La recepción que estas enseñanzas han tenido en todo el mundo y en los más diversos ambientes es una señal de su validez, de que son una respuesta a nuestra íntima búsqueda de un mundo nuevo.
Para ello, nos dice don Juan, debemos “parar el mundo”.