Percepción
Sobre las cenizas de un fogón, don Juan traza un diagrama para explicar a Carlos lo que llama “los ocho puntos del hombre”: la razón, que se relaciona con el habla; la voluntad, que se relaciona con el sentir, el soñar y el ver. Son seis puntos, y no ocho; a la pregunta de Carlos, don Juan contesta que los otros dos puntos están en los confines mismos de la percepción. Más tarde, luego de una serie de prácticas y experiencias destinadas a hablarle de la que llama “la explicación de los brujos”, don Juan declara que esos dos puntos que integran la totalidad del hombre son el tonal y el nagual, que están fuera de uno mismo y a la vez no lo están. Que ésa es la paradoja de los seres luminosos que somos. El tonal de cada uno de nosotros es solo un reflejo de ese indescriptible desconocido lleno de orden: el gran tonal; el nagual de cada uno de nosotros es solo un reflejo de ese indescriptible vacío que lo contiene todo: el gran nagual.
Un “hombre de conocimiento” es quien se encuentra permanentemente conectado, mediante la percepción, con esa fuerza universal que todo lo contiene, en la cual vivimos, nos movemos y existimos. Más allá de la nomenclatura y de las descripciones, no es otra la experiencia de todos los místicos. La de “estar conectados” y la de sentirse atravesados por una fuerza que va más allá de ellos, en la que todo lo pueden. Esa experiencia pasa necesariamente por una superación del propio yo, mediante el ejercicio de “parar el diálogo interno” o “detener el mundo” constituido por las descripciones de nuestro diálogo interior.
Lo que entonces aparece es un universo absolutamente diferente, indescriptible a la vez que real, con una realidad que va más allá de cualquier decir. Fuerte, enorme, abierto, que te transporta más allá de tus propios límites y en el que eres lanzado en una aventura también indecible: “volar en las alas de la percepción” la llama don Juan; y le dice a Carlos que necesitará toda la fuerza que pueda reunir para volar hacia esa infinitud. Es el salto al vacío, el acto final; pero las condiciones de la percepción se hacen presentes a través de toda su enseñanza.
La percepción es una experiencia indefinible; y si hubiera que representarla en un mapa físico, sería la frontera entre dos lugares: tonal y nagual; lo único que comparten es el puente de la percepción. La percepción no será nunca del todo pura, porque la percepción-frontera es un sitio sin tiempo; aquí es donde el nagual aporta algo indescriptible, y el tonal aporta la descripción de ese algo indescriptible.
La percepción es algo que está en nosotros, y que hemos de dejar que fluya y se expanda. Habiendo acabado con el diálogo interno que nos encierra en nosotros mismos, en nuestras descripciones, es posible "volar en las alas de la percepción" hacia la totalidad de nosotros mismos, la que experimentamos en situaciones límites, como los encuentros con el aliado, esa fuerza que nos lleva más allá de nosotros mismos. Hemos de dejarnos guiar por el "susurro del nagual", ese algo indescriptible que se nos aparece cuando hemos traspasado los límites dados por nuestras descripciones habituales. Es el momento del salto, aquél en que nos hacemos percepción pura, pura conciencia. Nos hacemos seres luminosos mediante el empleo de ese "segundo anillo de poder" que es nuestra voluntad. La razón es pequeña y limitada. Solo a través del punto al que Don Juan llama "voluntad" es posible ir hacia la libertad total, la libertad de la percepción y en la percepción.
El objetivo final de las enseñanzas que don Juan imparte es alcanzar un estado de conciencia total, de experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a nuestra disposición. Este estado implica una forma distinta de ser, de vivir y de morir.
El estar conciente de ser nos permite romper la barrera de la percepción. Esto marca el fin del entrenamiento de un guerrero: cuando llegamos a ser capaces de romper la barrera de la percepción sin ayudas (por ejemplo, de las plantas psicotrópicas que Don Juan utilizó a comienzos de sus enseñanzas a Carlos), partiendo de un estado normal de conciencia. El nagual lleva a los guerreros hasta ese umbral, pero el hacerlo o no depende de cada uno. Se trata de alinear otro mundo a través del "intento", esa fuerza que preside todo el universo y que se expresa en nuestra voluntad. El alinear otros mundos depende de las ubicaciones que vaya tomando el punto en que encaja nuestra percepción. Tales mundos nos separan del mundo corriente por las mismas barreras que hemos roto: las de la percepción. Se trata de mundos luminosos, con resonancias y consistencias diáfanas, absolutamente diferentes del mundo en que habitualmente vivimos, llenos de una realidad de otro orden, realidad en la que nos sentimos estar y vivir. Es nuestra conciencia de ser.
Podemos "ser dobles": estar alternativamente en un mundo u otro gracias a una percepción dividida. El manejo de esa división de la percepción es una meta que todo guerrero debe esforzarse por lograr. Es mejor la alternancia de mundos que su simultaneidad, la que es posible pero hace que las cosas sean confusas. Entre un mundo y otro nos movemos a través de puentes de un solo sentido, hacia la percepción acrecentada pasamos por el puente del "puro entendimiento".
Nuestra percepción corriente, de un mundo de objetos, se origina en una base social, aprendida desde que nacemos. Don Juan llama "mirar" a esa percepción. Más allá de ella está el "ver", conocimiento corporal que nos lleva a concebir el mundo como energía que puede ser percibida directamente. El "ver" genera poder, y no es espontáneo: es el resultado de un aprendizaje específico que hace que la vida ordinaria quede atrás para siempre; los medios de la vida ordinaria ya no sirven de sostén y debemos adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir: no hay fin para los nuevos mundos que se abren a nuestra visión. Allí nos damos cuenta de que podemos suprimir cualquier cosa de nuestra vida en cualquier momento: perdemos nuestra historia e importancia personales, no las necesitamos más; ya no tenemos nada que perder.
Nuestra mayor falla como seres humanos es mantenernos adheridos al inventario de la razón. Solo más allá de ella es posible el conocimiento silencioso, que nos hace "ver". El aprendizaje que a él conduce es - básicamente - aprender a ahorrar energía y, gracias a esta energía ahorrada, entrar en campos que están vedados al conocimiento corriente, más allá de nuestras dudas.
domingo, 11 de febrero de 2007
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Con todo respeto, y desde la ignorancia, me atrevo a decir, que casi todas las personas tenemos, o hemos tenido, instantes, momentos, en los que de forma espontánea, hemos podido “ver”, y nos hemos visto envueltos en el todo. Creo que esos momentos se quedan en nuestra memoria y casi siempre nos recuerdan que no hay barreras, que lo de “todo cambia y todo permanece”, es verdad. Sabemos que es verdad, no por la razón, sino por un conocimiento que viene de dentro de nosotros, de lo más profundo de la conciencia, y a la vez viene de fuera. Está dentro y está fuera.
ResponderBorrarEs posible que las gotas de agua que hay bajo la ciudad de Kyoto, en esos manantiales que surgen de las capas freáticas, hayan estado en todas la playas, y se han evaporado, han sido nubes, lluvia, manantial, reserva subterránea y nuevamente manantial.
El manantial está dentro de nosotros, pero conforme fluye, forma parte del agua de todos los seres vivos.
Somos agua. La vida es líquida.
Eso dice Manuel H.
"La vida es líquida": hermosa expresión. Gracias.
ResponderBorrarTrascender nuestra individualidad, parar el mundo, suspender el diálogo interno, acotar el discernimiento racional. Comienzo a entender el significado del nombre de su blog.
ResponderBorrarMuchas gracias.
... en comunidad espiritual...
ResponderBorrarPuede ser útil que haga saber el por qué de mi interés en la obra de Carlos Castaneda. Soy un largo y antiguo practicante de yoga, lo que ha quedado dicho en los postales que subí a ese respecto. Sin embargo, durante años tuve problemas con el mundo de lenguajes, imágenes y mitos de una cultura hindú - cuna del yoga - que no es la mía: palabras en sánscrito (lengua que desconozco) y que yo me resistía a repetir como loro. Fue ésa una época en que fui profesor de "filosofía oriental" en la Universidad Católica de Santiago, Chile; también la época en que conocí a Lanza del Vasto. Busqué en los místicos españoles, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, pero allí me topé con lo mismo referido a un universo religioso particular. Yo quería poder hablar en castellano a todo el mundo sobre mi experiencia silenciosa. Hasta que un yerno me introdujo en Castaneda, hace ya un buen número de años. Allí encontré un modo de testimoniar y decir mi experiencia silenciosa en el yoga empleando un lenguaje de nuestra propia cultura hispana e iberoamericana. Fue un gran regalo que atesoro. Saludos. Gonzalo.
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