viernes, 9 de febrero de 2007

El camino del conocimiento 3

Conocimiento
El conocimiento, en las enseñanzas de don Juan, no es una práctica espontánea. Llegar a ser hombre de conocimiento es asunto de aprendizaje mediante un esfuerzo decidido; es el fin de un proceso detallado en una práctica más que en enseñanzas verbales, prácticas que apuntan a configurar una realidad no ordinaria. Un “hombre de conocimiento” no piensa: actúa; comienza por romper las certezas definitivas del sentido común; y va al conocimiento como quien va a la guerra: con temor pero con decisión. Es por eso que para convertirse en un hombre de conocimiento hay que ser un guerrero; y el guerrero sabe que no existe otra manera de vivir.
En el camino del conocimiento se presentan enemigos. El primero es el temor. Entre la conciencia acrecentada y la conciencia ordinaria se produce un tremendo desajuste cognoscitivo porque nuestra mente es nuestra racionalidad y nuestra racionalidad es nuestra imagen de nosotros mismos; así, cualquier cosa que esté más allá de nuestra imagen de sí o bien nos atrae o nos horroriza, según el tipo de persona que seamos. Descubrir que podemos estar a la vez en dos lugares (razón y silencio) puede ser excitante, pero por lo general comienza por producir terror. Ante las nuevas percepciones que se abren y el desmoronarse de la certeza común, la primera reacción es huir corriendo. Si el discípulo del conocimiento sucumbe ante el temor, su primer enemigo, habrá perdido la batalla para siempre, y su vida no será jamás la de un hombre de conocimiento. Pero si resiste, y se queda firme en su sitio, habrá vencido al temor para siempre.
Vencido el temor, se presenta el segundo enemigo: la claridad. El hombre está tranquilo, porque ha vencido su miedo. Y se da cuenta de que empieza a saber lo que antes ignoraba. Una gran claridad lo llena y lo impele a enseñar, a contar lo que sabe. Es ése su segundo enemigo al que debe también resistir con el silencio. Si sucumbe, se transformará en un hablador, de esos que aparecen por todas partes tratando de enseñar lo que creen saber pero que ignoran. Ante este enemigo el hombre de conocimiento habrá de resistir quedándose firme en su sitio silencioso. Al vencer, se habrá hecho dueño de su claridad.
Y viene el tercer enemigo: el hombre ya no teme; ha vencido la vanidad de su claridad. Se le acerca el poder. Una enorme fuerza se apodera de él, y ve que tiene capacidad de influir sobre los demás, de ser dueño de sus situaciones de vida. Enorme tentación en la que suelen caer quienes tienden a modificar la vida de otros dejándose llevar por un afán de estar presentes, de ser reconocidos, de tener influencia. Nuevamente el guerrero habrá de oponer aquí su firmeza y quedarse en firme en su lugar. Si lo hace y vence al poder, el conocimiento será suyo.
Pero le queda un cuarto enemigo, ese al que no vencerá nunca en forma definitiva sino que habrá de oponérsele una y otra vez: la vejez, el cansancio, el deseo de sentarse y descansar, mirar su vida, dejar de caminar, decir “ya llegué”. Enemigo implacable, que pretende instalarnos en un refugio seguro y abandonar la virtud del caminante: la esperanza. Durante toda su vida el hombre de conocimiento habrá de estar atento a las asechanzas de las dos formas en que la vejez se manifiesta: la desesperanza de decir “no llegaré” y la presunción de decir “ya llegué”. La vida del hombre de conocimiento es un permanente “viaje a Ixtlán”.
El conocimiento que el hombre adquiere luego de vencer a sus cuatro enemigos, aunque solo sea por breves momentos, es un conocimiento silencioso, “energía pura”:
1. El universo es una infinita aglomeración de campos de energía que se expanden en todas direcciones.
2. Estos campos emanan de una fuente de inconcebibles proporciones.
3. Los seres humanos estamos compuestos de esos mismos campos de energía.
4. De todos los campos de energía que pasan por el ser humano, solo unos pocos están presentes en la conciencia ordinaria bajo formas sensoriales.
5. La percepción ocurre cuando los campos de energía de ese pequeño grupo extienden su luz en el punto de encaje de la percepción, o, simplemente, punto de encaje.
6. Es posible lograr que este punto de encaje cambie de posición e ilumine otros campos de energía, con lo que la percepción cambia hacia lo hasta ahora desconocido. A ese acto de percibir otros campos de energía, don Juan llama “ver”.
7. Esta nueva posición del punto de encaje permite la percepción de un mundo completamente diferente al mundo cotidiano, pero tan objetivo y real como el que percibimos normalmente.
8. El intento es la fuerza omnipresente que nos hace percibir. No nos hacemos concientes porque percibimos, sino que percibimos como resultado de la presión del intento.
9. El objetivo final es lograr un estado de conciencia total y experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a disposición del hombre. Este estado significa también una forma alternativa de morir.
El conocimiento a que se refiere don Juan nada tiene de racional: en múltiples ocasiones subraya la pobreza de la racionalidad ante la enormidad del conocimiento. La razón solo se relaciona con el habla, con lo que puede ser dicho. Más allá de estas descripciones que configuran las continuidades de nuestro diario vivir, se abre un campo vastísimo, inimaginable, al que accedemos solamente mediante el conocimiento silencioso que es algo que todos poseemos, pero sin poder expresarlo y sin incluirlo dentro de nuestro inventario corriente: el hombre, cuando comprende que sabe y quiere estar conciente de lo que sabe, lo pierde de vista; cuanto más se desea ese conocimiento, más efímero y silencioso se vuelve. Y, así, tendemos a renunciar al conocimiento silencioso y aferrarnos al de la razón.
Nos quedamos, así, con nuestros inventarios: con las descripciones que hemos venido aprendiendo desde que nacemos, encerrados en nuestra imagen de nosotros mismos, sin atrevernos a romperla. Romper esa imagen de sí es la primera tarea en la adquisición del conocimiento silencioso; acabar con la importancia personal; parar el mundo. Atrevernos a ser libres.
El conocimiento libera. Don Juan enseña que el camino del guerrero es hacia la libertad total, la que nos llega cuando no nos queda nada de importancia personal. Es una libertad que da regocijo de la mano de tristeza y de añoranza. Sin éstas uno no está completo, ya que sin ellas no hay sobriedad ni gentileza. La sabiduría sin gentileza y el conocimiento sin sobriedad son inútiles. Pero para ello hemos de romper las predisposiciones perceptuales de la racionalidad.
Estamos ante el conocimiento como tarea que nos implica totalmente. Ante el conocimiento como transformación personal. El campo que se nos abre es el de salir de nosotros mismos por medio de la aniquilación de nuestra importancia personal, de nuestra autorreferencia, de nuestra racionalidad de inventarios aprendidos, de descripciones que nos encierran en un mundo prefabricado.
Don Juan habla de “volar en las alas de la percepción”.

7 comentarios:

  1. Anónimo8:37 a. m.

    "La manzana pintada en el cuadro no se puede comer". ¡Cuanto nos cuesta dar el paso de teorizar a practicar! Pero no queda otra. Como le dijo a Jodorowsky su maestro zen: "¡Aprende a morir, intelectual!".

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  2. ... y Jodorowski sigue siendo un intelectual, y Castaneda escribió 11 libros...

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  3. Como le dije una vez y le agradó tanto, un pensamiento transgresor para todos aquellos que empleamos la razón como única herramienta cognitiva. Para mi es un idioma nuevo, requiero adaptación.

    En postales anteriores mencionó la intuición y ahora el conocimiento silencioso. ¿Recuerda la importancia del silencio en las comunidades monásticas?

    Saludos.

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  4. Fui formado en la regla del silencio: a los 15 años estaba en un noviciado y fui religioso hasta casi los 25. Una huella imborrable y también muy querida. Saludos.

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  5. Claro, por eso lo decía. Fue lo que quise decir con mis torpes palabras en Los planetas de Deneb, que determinado silencio, también es comunicación.
    Apenas tenga tiempo, me pondré al día con las otras entradas. Es un tema (como no) apasionante.

    Saludos.

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  6. Tus palabras nunca son torpes, amigo: siempre me iluminan.

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  7. Para torpes las mias, pero aún así me atrevo recordando ahora aquella sentencia que dice: Los verdaderos amigos son aquellos que no se sienten molestos cuando los acompañas solo con silencio.

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