Rápido sobre su ruido monótono va un tren por los campos. Displicente, atraviesa el bosque, el lago, la montaña. Sus ventanillas estampan sobre el río siluetas de pasajeros adormilados; las cabezas se inclinan, pesadas, sobre hombros de preocupación. Para el tren no existe la estrella, ni el árbol, ni el olor a la hierba nocturna, ni los silenciosos ruidos del reposo. Desconoce el polvo ocre y el alegre sudor de los caminos. El pasajero no siente la piedra, ni el sol, ni puede refrescarlo el agua viva de la vertiente. No lo liga un compromiso con el camino.
Tendido en la soledad de la noche, perdida su mirada más allá de los árboles, está el peregrino. Pasa el tren, fugaz visión de otro mundo: solo mira las chispas que salen de la chimenea hacia las sombras. Las jornadas son largas, pero el paisaje es suyo, suyo el peñasco, suyos los misteriosos fuegos de la noche. Escucha al grillo, reconoce al bicho bajo las hojas húmedas; las estrellas le hablan y su alma les contesta. Su paso deja un recuerdo en cada fuego; se lleva un adiós de cada árbol que le dio su sombra.
Llega el tren a su destino; los pasajeros corren a sus cosas; nada nuevo en sus vidas: solo unas horas de viaje.
Llega a un lugar el peregrino (no tiene morada fija el caminante), y se agrupan junto a él: trae consigo el camino mismo, trae algo de cada pueblo, de cada persona, de cada flor.
Nuestra vida es un camino. En ella, no seamos pasajeros indiferentes, llevados por los rieles de lo establecido; seamos peregrinos, caminantes del goce y del dolor. Nuestra vida es un camino: no morada, sino ruta. Incierta, misteriosa, viva, expectante: la ruta de un peregrino.
Santiago, 31 de marzo de 1957
miércoles, 22 de noviembre de 2006
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Pararse a la vera del camino y dejar que el tibio sol de otoño aleje el frío del alma.
ResponderBorrarSus palabras están llenas de paz. Es bueno hacer un alto en el viaje y pararse en su blog a beber agua de paz.
Preciosas las imágenes.Dos recuerdos me vienen a la memoria. Uno es sonoro y es el Chan-chan de Compay Segundo que cuenta la historia de un trenecito de la Isla.El otro pertenece al momento en que hice el Camino de Santiago,uno se enfrenta en mayor o menor medida a su yo,al camino,levanta la vista y allí está el universo frente a nosotros y conteniéndonos también.
ResponderBorrarmaravilloso texto
un fuerte abrazo
Amigo Max: Tu mención del Camino de Santiago me lleva a un propósito aún no cumplido. Con mi señora pensábamos celebrar este año nuestros 50 años de matrimonio haciéndolo, pero nos faltaron los medios; pensamos que talvez podramos el año que viene, por septiembre. A lo mejor nos vemos... Saludos. Gonzalo.
ResponderBorrarEl tren nos evoca el discurrir de la vida; antes de él, eran los ríos los que se ocupaban de esa metáfora. Me gusta la reincidencia en saborear el camino, en vivir el presente, por lo demás su parábola contiene unas encantadoras imágenes.
ResponderBorrarLe felicito, por ello.
Saludos.