jueves, 11 de enero de 2007

Una introducción al Yoga 8

Pratyahara: independencia con respecto de los estímulos
Como resultado de la práctica del asana y del prana­yama adquiere el yogui independencia con respecto de los estímulos pro­venientes del mundo externo (consciente) y del subconsciente. No es que los contenidos de estos estímulos hayan sido suprimidos: permanecen las imágenes, las sensaciones, los recuerdos, las mareas del fondo que que­da bajo la conciencia. Lo que sucede (y por eso se dice "independencia" y no "supresión") es que el yogui ya no ve las cosas ni a sí mismo "a través" de esas influencias, sino que directamente. Los fenómenos no son suprimidos: el yogui sigue teniéndolos, pero se desvincula de ellos.
En términos de Patanjali, no se conoce ya a través de las formas (rupa) ni de los estados mentales (cittavrtti), sino que se contempla directa­mente la esencia (tattva) de los objetos. Es el conocimiento intuitivo.
Es ésta una solución perfectamente eficiente, ates­tiguada por la experiencia de todo yogui, del viejo problema espiritual de las "distracciones" en la meditación, enfocado muchas veces solo des­de el punto de vista del luchar por "suprimirlas" mediante un esfuerzo mental. La solución del yoga pasa por el asana y el pranayama, ejerci­cios muy descritos desde el punto de vista de su técnica y ciertamente seguros en sus resultados.
La actividad contemplativa del yogui se desenvuelve, así, aceptando e incorporando un fondo de fenómenos de conciencia, los que siguen allí; pero, sin depender de ellos. Son un trasfondo, algo semejante a las sombras en la caverna de que nos habla Platón. Pero ­al contrario de lo que expresa esta alegoría, el conocimiento del yo­gui, su visión del mundo, de sí mismo y del Espíritu, no pasa por esas som­bras. Se encuentra en el camino de la supresión de la ilusión cósmica.

Samayama: los tres últimos brazos del yoga: la concentración (dharana), la meditación (dyana) y la contemplación (samadhi)
Una vez lograda la autonomía con respecto de los estí­mulos del mundo exterior y de su propio mundo interior, el yogui se en­trega a una triple experiencia, llamada "samyama" y que comprende tres etapas sucesivas, que no suelen darse sin discurrir de una a la siguien­te: la concentración (dharana), la meditación propiamente dicha (dyana) y el éxtasis de la contemplación (samadhi). Esta etapa es solamente po­sible una vez que se han realizado suficientemente y con plenitud los demás ejercicios, por lo que pienso que no tiene mucho sentido la separa­ción que suele hacerse en ciertos manuales entre un Ha-Tha Yoga que ter­minaría en el pratyahara, y un Raja Yoga cuyo comienzo estaría en dharana. Es un asunto de acentuaciones, como he dicho más arriba, que - por lo demás - me parece de escasa utilidad.
La concentración (dharana) no es otra cosa que un eka­grata, concentración en un solo punto, pero efectuada, esta vez, con un contenido nocional; el objeto de la fijación que se realiza en dharana es el de comprender. Los comentaristas de Patanjali y - siguiéndolos - las distintas escuelas de yoga, recomiendan la fijación en el chakra del ombligo, o en el loto del corazón, o en el entrecejo, o en la punta de la nariz, o en algún objeto exterior. Es ésta también la práctica de la Meditación Trascendental, tan difundida en un tiempo en occidente. En mi experiencia, el "loto del corazón", en el plexo cardiaco, centro atribucional del amor, es el mejor punto de concentración, aquél hacia el cual naturalmente se vuelca la atención del contemplativo, en el cual anida su místico entenderse con un Dios que se revela en el amor.
La meditación (dhyana) no es otra cosa que la mantención de la concentración en un continuum perfectamente coherente, que va lle­vando al yogui a la experiencia interna y directa del objeto de su me­ditación. En su más original sentido, es un "meditar": un "in medio stare": un "estar afincado en el medio" de sí mismo y del objeto de la meditación. "como si centro con centro coincidiesen", al decir Plotino. Es la experiencia de noche y de luz en la que el centro personal coincide con el del Ser buscado, que se encuentra presente en los místicos de todos los tiempos.
La contemplación o éxtasis (samadhi) es la situación expe­riencial a la que conduce la meditación. En este estado contemplati­vo, el pensamiento se hace uno con el ser del objeto, sin ayuda de la imaginación; acto y objeto de meditación no son concebidos como distin­tos: conocimiento del objeto y objeto del conocimiento coinciden real­mente. Así, más que conocimiento, el samadhi es un estado, una modali­dad estática específica del yoga; en él se hace posible la autorrevelación del Yo. Patanjali y sus comentaristas distinguen dos formas de samadhi, de diferente grado:
El samadhi "con soporte", "diferenciado" (samprajnata sa­madhi), que se produce con la ayuda de un objeto exterior.
El samadhi "sin soporte", "indiferenciado", en el que no existe ayuda de objeto exterior alguno.
En su primera forma, el samadhi significa el bloqueo de to­das las funciones mentales, a excepción de la conciencia de meditar sobre tal objeto. Por el contrario, en su forma indiferenciada, el samadhi es el éxtasis perfecto, en el que las funciones mentales todas son inhibidas. Dado que la primera forma de samadhi no es absoluta, los comentaristas distinguen en ella cuatro formas: argumentativa y no argumen­tativa, reflexiva y suprarreflexiva. Es éste el momento en que se suelen presentar al yogui los "poderes maravillosos", las "perfecciones" (siddhi), que el yogui debe saber usar no para sí, sino que para liberarse del yo y acceder al samadhi supremo. La tentación de caer del mis­ticismo a la magia está siempre presente en el yogui. Conviene recalcar que en todos los textos yoguis, el samadhi, en cualquiera de sus formas, es el resultado de una práctica ascética, de un esfuerzo del yogui.

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