Este postal da comienzo a una serie en la que tomaré algunos de los temas centrales de “Las enseñanzas de Don Juan”, de las que da testimonio Carlos Castaneda en sus 11 libros dedicados a lo aprendido con su maestro yaqui. Se trata de un aprendizaje en la acción, no teórico, por lo que estas referencias textuales son solo marginales, orientadas a suscitar una búsqueda personal. Los textos están tomados de mi trabajo:
Gonzalo Gutiérrez. El camino del conocimiento. Notas sobre “Las Enseñanzas de Don Juan”, de Carlos Castaneda, como prolegómenos para una gnoseología futura. Tunquelén, 2001.
La realidad es una descripción
Don Juan enseña el hombre necesita ahora, más que nunca, aprender ideas nuevas, que se relacionen exclusivamente con su mundo interior, no ideas sociales; ideas relativas al hombre frente a lo desconocido, a la libertad de percibir no solo el mundo que se da por sentado: también todo lo que es humanamente posible. Sin embargo, el hombre le tiene terror a ese nuevo sistema de conocimiento: tiembla de miedo ante la posibilidad de ser libre.
La base de ese terror está en la ruptura de una membresía: aquélla que define nuestra pertenencia a un mundo, el nuestro. Esa membresía la vamos adquiriendo desde el momento en que nacemos a través de las múltiples descripciones que nos van entregando las personas que nos rodean y las que nosotros mismos nos vamos haciendo a través de las variadas convivencias en que crecemos y evolucionamos. Llega el momento en que de niños somos ya capaces de percibir un mundo específico, tal como nos lo han descrito, y lo hacemos por nosotros mismos: en ese momento somos ya miembros de este mundo y podemos interpretarlo de acuerdo con las descripciones adquiridas, que se validan a sí mismas, anudándose en continuidades que configuran nuestro yo. Los mundos a que pertenecemos son específicos y diferentes de una persona a otra. Pero, pese a esas diferencias, todos estos mundos tienen una nota común: definir una “realidad ordinaria”, aquélla dentro de la cual se desarrollan las conversaciones de nuestro diario vivir, nuestra experiencia cotidiana; adherimos al sistema de conocimiento implicado en esta realidad porque nos da la seguridad de lo conocido.
Entrar en otro sistema de conocimiento es adquirir otra membresía: otras descripciones en las que aparece un mundo diferente. El conocimiento no es cualquier cosa ni un mecanismo humano universal: es un sistema de descripciones y prácticas a las que se pertenece; y como resultado de ese sistema de descripciones aparece una realidad, y no otra. Si las descripciones cambian, la realidad cambia; entramos en otro sistema de descripciones y prácticas.
Pero, ¿existe un sistema de mayor valor que el otro? ¿Existe un sistema verdadero por oposición a otro falso o ficticio? Carecemos de referente externo a nuestro mismo proceso de conocer que nos permita responder a estas preguntas. Conocedor, conocido y conocimiento somos un solo proceso y no nos es posible salirnos de él para validarlo desde fuera. Pero si queremos ver, esto es, ir más allá de cualquier sistema de descripciones, hemos de aprender a mirar el mundo en alguna otra forma, y colarnos por entremedio de esas diversas formas de describir, no quedándonos con ninguna, parando el mundo.
La ruptura de las continuidades de descripciones que configuran nuestra realidad ordinaria, nuestra membresía dentro de ese sistema de conocimiento, puede ser lenta, a través de un largo proceso; pero, por lo general, llega un momento en que nos es violenta. Puede suceder de un modo no previsto o de manera intencional, provocada; y en ambos casos tiene las características de una profunda remoción de nuestra conciencia, que nos produce temor.
La enseñanza de que la realidad es una descripción es de la mayor importancia. Vivimos condicionados por los mundos que tejemos, sin darnos cuenta de que somos nosotros quienes manejamos el telar. Nos sometemos a modos de ser originados en una descripción que llamamos “carácter”; nos achacan descripciones a las que llamamos “enfermedades”, atribuyéndolas a agentes externos que la medicina se encarga de describir. Describimos dioses y sistemas de creencias a las que nos sometemos; nos llenamos de códigos éticos, de normas de convivencia, de cumplimientos sociales. Armamos formas de gobierno y nos hacemos ranas de reyes cuyo poder estriba en necesidades que nos autoimponemos. Ensamblamos nuestras descripciones con las de otros y establecemos sociedades y modos de vivir en los que nos sentimos al resguardo, más o menos seguros, con escasa conciencia de que son cárceles cuyos muros limitan nuestro conocer y - por consiguiente - nuestra vida a espacios extremadamente estrechos que - por lo general - definimos en términos de trabajo, profesión, realización personal, nacionalidad, familia, ideologías. “Modalidad de la época” llama don Juan a estos grandes conjuntos de descripciones que nos hacen y configuran nuestro día a día. Dice que esta modalidad de la época determina el conjunto de campos de energía que percibimos, los que absorben toda nuestra energía, “dejándonos sin nada que pueda ayudarnos a percibir otros campos de energía, otros mundos”.
Todo el afán de conocimiento válido, verdadero, científico, que ha sido la nota característica de ese desencantamiento del mundo al que hemos llamado “modernidad” se desvanece en una débil columna de humo ante la fuerza de un conocimiento diferente. Y los lenguajes mismos adquieren su verdadera dimensión: la de ser formas de acercarnos a un mundo que no logramos asir desde ellos sino que se nos muestra como un límite, un horizonte. ¡Cuántas guerras, muertes y sufrimientos habríamos podido evitar!
El reencantamiento del mundo y con él la recuperación de la más vasta dimensión de lo humano pasa por un nuevo sistema de conocimiento abierto a lo admirable, permeado por lo maravilloso, resacralizado. No es la tecnociencia la que nos dará la felicidad ni el aumentar lo que poseemos el medio para una vida plena. Solo lo hará un cambio de conciencia.
Esta nueva conciencia humana está aquí, a nuestro alcance. Está en nosotros. Para acceder a ella necesitamos cortar las ataduras de nuestras descripciones, detener ese mundo que hemos armado nosotros mismos, romper las amarras descriptivas que nos ligan a él. Redecirlo. Y, una vez redicho, volver a redecirlo una y otra vez: la nueva conciencia aparece solo traspasando continuamente el umbral de nuestras diferentes membresías.
¿Es posible esta independencia? Las enseñanzas de don Juan nos muestran un camino que comienza por convencernos de la naturaleza descriptiva de lo que llamamos “realidad”. Tal convencimiento no es racional: la razón no es nada sin descripciones, y las defenderá hasta el fin. Dejar atrás la dependencia de lo racional es la tarea que enfrenta Carlos en su aprendizaje con su maestro yaqui, y es la que nos propone su testimonio. La recepción que estas enseñanzas han tenido en todo el mundo y en los más diversos ambientes es una señal de su validez, de que son una respuesta a nuestra íntima búsqueda de un mundo nuevo.
Para ello, nos dice don Juan, debemos “parar el mundo”.
domingo, 4 de febrero de 2007
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Le rubrico lo que entendí con sus palabras: que abordamos la realidad de acuerdo a un sistema de prejuicios adquiridos desde jóvenes que llama membresía. Para llegar al camino del conocimiento es necesario romper ese molde y este proceso suele ser violento.
ResponderBorrarLa frase que anoto porque me parece resumir todo es:
"Vivimos condicionados por los mundos que tejemos, sin darnos cuenta de que somos nosotros quienes manejamos el telar."
Estaré atento a la serie.
Saludos.
Tengo p`roblemas al comentar, si el artículo aparece varias veces bórrelo, por favor.
Gracias por el comentario. Si los "problemas al comentar "se deben a la verificación de palabra, la suprimo nuevamente: prefiero el riesgo antes que perder tus comentarios. Te pido que me lo hagas saber. Saludos. Gonzalo.
ResponderBorrarNo Gonzalo creo que es por mi conexión, ayer tuve problemas de línea.
ResponderBorrar¿Usted me recomendaría un libro de Castaneda? ¿cual?
Saludos.
La primera tetralogía es básica y talvez suficiente: Las Enseñanzas de Don Juan, Una realidad Aparte, Viaje a Ixtlán y Relatos de Poder, y en ese orden. Luego viene un segundo grupo de relatos que se producen en tiempos en que el autor retoma lo aprendido desde la perspectiva de una crisis personal: El Segundo Anillo de Poder, El Don del Águila, El Fuego Interior y El Conocimiento Silencioso, cada libro con su propia acentuación. Finalmente, los testimonios terminan con una trilogía crepuscular: El Arte de Ensoñar, Pases Mágicos y La Rueda del Tiempo (de edición póstuma). Hay múltiples ediciones en castellano: FCE y Edivisión en México, Emecé y Atlántida en Santiago y Buenos Aires, Plaza y Janés en Barcelona, Swan en Madrid.
ResponderBorrarUfff, caramba. Buscaré la tetralogía. Gracias, más tarde leeré la nueva entrada.
ResponderBorrarSaludos.